Ya es 27 de marzo. Hoy hace 27 años que se murió Amparo, una de esas dos tías abuelas protagonistas de este relato, «Perpetua». Una buena ocasión para recordarla a través de esta entrada.
Como mi madre era peluquera, y los sábados tenía trabajo a destajo desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, nada más que yo me despertaba, me enviaba con premura a pasar la jornada a casa de sus tías, mis tías-abuelas, Emilia y Amparo, dos solteronas la mar de graciosas que estaban enganchadísimas al ganchillo y casi siempre se dejaban ganar al parchís sin que yo me diese ni cuenta. Vivían en un barrio llamado Cimadevilla, con casas típicas de amplios balcones y huertas con pozo artesiano en la parte de atrás; algunas tenían cuadra en lo que hoy en día suele ser un garaje. Conejos, gallinas y un gallo, cerdos y hasta un burro que tenía el vecino, Juan, en el que me solían montar en cuanto llegaba la primavera para ir al paso hasta las viñas, a ver cómo iban progresando y a hacer…
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¡La cadena, Perpetua! ¡Qué atinado juego de palabras!
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Cuando las leyes sufren un «inesperado» viaje al pasado, todo juego de palabras parece poco.
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Coincido con el «inesperado». La humanidad es un perro mordiéndose la cola. Saludos!
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