IN MY MIND, MY DREAMS ARE REAL

Ha llegado al fin el momento de dejarse de gilipolleces de una puta y definitiva vez. ¿¡Pero que mierda es ésta de ser profesor de inglés ni que ocho cuartos!? ¡Nada, pero de la nada más chabacana y profunda! Yo lo que siempre he querido ser es una estrella del rock and roll, hostias ya… (o, bueno, sucedáneos semejantes, vaya… no sé, actor, performer, deportista de élite… ¿escritor?)

Mi vida como «estrella del rock» no ha sido nada fácil hasta la fecha. Conviene ahora explicarse ordenadamente, desde una cronología activamente aplicada, supervitaminada y mineralizada.

escanear0001

Y venía cada año el fotógrafo en su carromato

Parvulitos. Toda la chavalada de mi quinta se acerca asustada, virgen, al colegio en su primer día; unos llorando, otros agarrados a las faldas de sus madres o abuelas, la mayoría temblando arrítmicamente. Unos pocos, los menos, vamos llegando con actitud altiva, pizarrín y tiza en mano, que para eso nos habían estado «entrenando» a conciencia en nuestras casas el verano anterior, el de 1971. Entramos a clase en un silencio que sólo se veía interrumpido por algún sollozo entrecortado. Sólo niños, que no era bueno mezclarse con las niñas, el tardofranquismo no permitía tal perversión, las cricas por su lado, y las pililas por otro distinto y estratégicamente bien alejado. Entra la maestra, Agustina, una chica joven de aspecto sanote y moderno, como de catequista con ínfulas hippies, de las que habían visto más de una vez «Jesucristo Superstar» y sabían al menos como tararear las canciones. En menos de una hora ya estábamos todos cantando un pseudovillancico que había compuesto el ínclito Juan Pardo, «Capitán de Madera», una canción interpretada por La Pandilla, grupo juvenil como oda desde el púlpito patrio a ese nuevo cristianismo supuestamente moderno que impulsaban con exultante «jolgorio» desde aquel Concilio Vaticano Segundo. No me animo a cantar en alto al principio, que me da mucho corte, pero veo a mi lado a mi amigo Simón dándolo absolutamente todo, a mandíbula partida y berreando como un poseso en pleno trance místico. Me animo y me uno a él. Me quedo solo al llegar a esa parte que decía «mis zapatillas coloradas, dos bufandas y una rana, un aro blanco y caramelos sin chupar.» (se ve que en aquellos primeros años de la década de los 70 se estilaba lo de regalar caramelos chupados, digo yo…) De ahí a interpretar villancicos con el coro de mi pueblo, un par de pasos. Pastorcito que iba a Belén con un zurrón lleno de caramelos Sugus (¡y sin chupar!). Se acercaba la gloria efervescente y yo ni lo sabía aún…

5º de EGB. Cómo aún no nos podíamos mezclar con las niñas, académicamente hablando, decidimos hacer una obra de teatro (y por «hacer» estoy implicando todo el proceso que conlleva cualquier obra teatral: escribirla, ensayarla, preparar vestuario, organizar el escenario en nuestra clase…) Yo era «Chals» (sic.) – todavía no habíamos llegado a 6º, y el inglés era una entelequia muy lejana -, el hijo de un rico terrateniente que moría envenenado por un mayordomo malo, muy malo y retorcido. ¡Qué manera de morir! ¡Qué nivel de exteriorización de ese yo interior tan atormentado! (Ni Lee Strasberg habría necesitado darme consejo alguno. Me salía literalmente, casi astralmente, de mí mismo) ¡Vaya lo que se rieron todas las niñas de 5º (nuestras insignes espectadoras)! Un paso más, o quizá menos, para llegar a ese paraíso al que sólo acceden unos pocos «elegidos».

escanear0032

1982. 1º de BUP. Pionero del ‘selfie’

Me salto conscientemente mi época de instituto. Muy poca gloria, adobada ésta con una gran capa grasienta de pena. Cambio variable y chaquetero del heavy metal al punk pasando por fases pajilleras de tecno-pop, nuevo romántico o incluso (jode reconocerlo) italo-disco (Sí, bailé el «Tarzan Boy» en la discotecas Saravá y MaryChris, las de mi pueblo, y aquí estoy, ni me abdujeron alienígenas lisérgicos, ni nada parecido.)

Oviedo, curso 1986-87. Llegué a Oviedo en octubre de 1986, dispuesto a ser un filólogo especializado en la lengua inglesa. Primer curso como habitante el Colegio Mayor San Gregorio. Allí, por suerte, encuentro gente tan sanamente descerebrada como yo. Tras varias noches en vela plenas de música, tabaco y demás materiales, decidimos hacer de la nada más espesa un grupo punk, Bicho Evan‘Bicho, Evan & The Garban Zin Band’ (Evan era yo, que me había caído ese apodo una noche de ciego total en la que, al parecer, hablaba exactamente igual que el boxeador aquél que respondía por Alfredo Evangelista, el cual, por lo que recuerdo, había aguantado los 12 asaltos de un combate al gran Muhammad Ali.) Letras guarras y comprometidas («luego por las noches, poluciones nocturnas; me hago muchas pajas y me bebo la lefa mía», ése era el nivel). Dos conciertos, dos. Uno en la fiesta del Colegio Mayor, y un segundo, pura y devastadora improvisación, en la sala Factory de Oviedo.

Poch

Poch

Actuaban «Los Hermanos Pinza», un grupo rollo punk cabaretero que tenía Poch, el de Derribos Arias, que se encontraba de aquella viviendo aquí, en Vetusta; y como teloneros, los Hipohuracanados. Fuimos a ver los del grupo etílico-punk aquel bolo de jueves. Esperamos y esperamos, pero no empezaba. Se nos acerca Rubén, el de los Hipohuracanados, y nos dice, «oye, ¿queréis tocar conmigo, que los del grupo me han dejado totalmente colgado, los muy hijosdelagranputa?» Sin dudarlo ni un segundo, y sin mirarnos siquiera, respondemos al unísono, «Sí, claro, tío.» Y allí me vi yo con el Bicho, aporreando con unas baquetas medio rotas unos cubos de la basura de los más grandes. Bicho Evan gigCada poco le dábamos una patada y tenía yo que bajar de un salto a recogerlo a oscuras entre el público asistente que, oh sorpresa, era numeroso, nos aplaudía, nos vitoreaba y todo. Me acuerdo de cantar todos juntos eso de «un día cualquiera, comeré lentejas», cutre alusión al temazo de Parálisis Permanente, «Un Día en Texas». Grabamos una cinta que se perdió sin remisión en algún confín raruno de alguna maleta. Hicimos, además, un corto en Super 8 que se titulaba «¡Qué Pasa, Monstruo?», una clara alusión a Enrique, El Figuras, que de aquella andaba por allí preparando las oposiciones a judicatura, y siempre nos saludaba con aquella coletilla caspa-lux cada vez que nos cruzábamos con él por algún pasillo interminable, y que, hace no demasiado tiempo fue pillado en moto dando una tasa de alcohol muy superior a la permitida (lo sé porque lo vi en las noticias); ay, el superjuez, ¿dónde está ahora el CGPJ? Puro rock y puro roll, como podréis observar…

Octubre de 1988. Worthing, sur de Inglaterra, ciudad costera del condado histórico de Sussex. Con lo que había ganado trabajando en la Cooperativa Vinos del bierzo de Cacabelos en la temporada de vendimia, me voy allí un mes y medio a perfeccionar mi inglés (que falta me hacía, la verdad, que andaba con un par de asignaturas colgando por ahí, ya en tercera convocatoria). Viaje de 27 horas de alsa, ¡como no! Me alojo en casa de la familia Clorane, típicos tories dicharacheros que juraban que uno de aquellos dos violines desconchados que decoraban la pared de su salón eran auténticos Stradivarius.

Mrs. Clorane y yo.

Mrs. Clorane y yo.

Gloria, la casera, era una MILF que andaba muy enfrascada en mil y un negocios (impresión de carteles para la British Airways, estampado de ropa militar para el ejército británico…), y me paseaba por ahí, por todo el sur de Inglaterra, en su mercedes rojo. Un sábado, nada más levantarme, me dice que si quería tomar el té con ella y dos amigas. Y yo venga, «buff, es que quedé en el pub con unos amigos, con Emiko, esa chica japonesa con la que ando en relaciones…», «Aaaanda, que sólo será una hora, no más, y luego te vas al Dickens» (El Charles Dickens pub de Worthing, my local then, en el que tenía puestas mis grandes esperanzas de estrenarme en el terreno sexual japonés.) A regañadientes, le hice caso a Gloria, y esperé, e hice más que bien.

Dinah O'Dowd y su vástago, Boy George

Dinah O’Dowd y su vástago, Boy George

Conocer a Dinah O’Dowd (Glynn de soltera) fue todo un acontecimiento. Dinah, originaria de Tipperary en Irlanda, era (y es) la madre de Boy George. Nos contó de primera mano, y de una manera extrañamente divertida, todos los problemas de su famoso retoño con las drogas (muchos y muy notorios en aquellos finales 80). En un alarde de irlandesa improvisación musical, y desde una profundidad vocal, gentileza sublime de la onda cavernosa del humo de Peter Stuyvesant, hasta nos llegó a deleitar con una versión folkie de «Do You Really Want to Hurt Me?», con la que me animé y llegué a acompañarla vocalmente llegado el estribillo. Dos horas y media, no una como estaba previsto. Cuando llegué al Dickens, Emiko ya se había liado con un italiano que la rondaba desde hacía unos días, Enrico («¡que estupidez!», pensé, «Enrico y Emiko, vaya par de imbéciles con rima consonante»). Me emborraché como un cerdo a base de pintas, y acabé en la cama de una chica de Alicante de la que no recuerdo ni su nombre, aún decidido, quizá más que nunca, a ser una puta estrella del rock, ¡qué cojones!

escanear0003

Satán o los Sólo Natas en pleno éxtasis Beastie Boys

Oviedo, enero de 1991. Compartía piso en el número 32 de la calle Fray Ceferino con otros dos bercianos ilustres, Charlie y Jerry, y un gallego de pro, del mismo Narón, Tito.
Como las noches llenas de estudio bajo nubes de humo tóxico y de partidas de póker hasta al amanecer, nos tenían la mar de aburridos, y aprovechando las dotes de Jerry como disc-jockey, decidimos preparar una coreografía… Bueno, no una coreografía,
November 2009 016¡LA COREOGRAFÍA! Una mezcla delirante de Beastie Boys, Iron Maiden, electro-dance, hasta Marylin Monroe y Roberto Carlos, con su famoso tema «Lady Laura».
Una locura. Nos vinieron a ver actuar en la habitación de Jerry, acondicionada para la ocasión, con cama y somier en el pasillo para hacer hueco, grupos y más grupos de gente que se reía a carcajadas. No era época de fama a través de YouTube, así que, ni youtubers, ni grabación ni puñetas en vinagre de Módena. Se queda en el puto recuerdo, alguna fotografía y una fama efímera que como humo se fue. El nombre de aquel glorioso y versátil grupo, «Satán o los Sólo Natas», un palíndromo genial creado por la infatigable mente creativa de Jerry. Queda también el cartel, que poco no es.

Septiembre de 1994. Rodaje de una película, «Pasiones Rotas», mala a rabiar, en el casco antiguo de Oviedo ambientada en octubre de 1934, en plena revolución. Uno de los extras, aquí, el menda. Me cortaron el pelo y me acicalaron adecuadamente en el Hotel Regente. Me dieron un traje de época que parecía incluso de sastrería, hecho a medida, que me sentaba la mar de bien, muy elegante; La noche republicanauna copia falsa, de puro atrezzo, de un periódico, «La Noche», y me situaron en la calle Cimadevilla al lado de ¡Frances McDormand! Una toma, dos, tres… (Supuestamente, volvíamos caminando, charlando alegremente, de una corrida de toros cuando un camión lleno de revolucionarios al asalto se cruza en nuestro camino de repente, y echamos a correr en dirección a la Plaza de Alfonso II el Casto, la de la Catedral, por resumir.) y allí estábamos Frances y yo hablando con toda la confianza del mundo, como dos buenos «amigos». En una coproducción con un reparto internacional de postín (Paco Rabal, Franco Nero, Vincent Perez, Polly Walker, Penélope Cruz, Ruth McCabe, etc), me había tocado hacer una escena al lado de una pedazo de actriz de la hostia, casada con mi admirado Joel Coen… No soy muy mitómano, no os engañéis, pero en ese contexto, con toda la naturalidad que Frances era capaz de transmitir, acabamos hablando largo y tendido sobre «Agenda Oculta» y «Short Cuts», sobre Ken Loach y Robert Altman. Incluso me estuvo comentando el proyecto de «Fargo». ¡Cómo agradecía yo las largas esperas entre toma y toma a las que nos sometía el cuasi novel Nick Hamm!

Frances McDormand & Polly Walker

Frances McDormand & Polly Walker

Eso suponía más cafés de la sidrería Faro Vidio, y más cigarrillos liados (se me ocurrió aparecer en la escena fumando, así que, a liar un nuevo trujas antes de cada toma.), y, por supuesto, más y más conversaciones con Frances. Al final, cuando estrenaron (se lo estuvieron pensando cuatro años, de lo mala que era) ese pedazo bodrio pastelero de película, vi que habían eliminado esa escena, y casi todo lo relativo a la Revolución del ’34. Poco que ver el montaje definitivo con lo que allí nos habían contado los del equipo. Daba igual. Cuando vi a Frances McDormand recibiendo el Oscar por su magistral interpretación en «Fargo», me hizo ilusión pensar que alguna dedicatoria subliminal iba dirigida a mí. Ya, claro, de ilusiones… («I’ve really enjoyed your way, José. Very nice to have met you. See you soon!!» «Me too. You are amazing… as an actress, I mean» «Hahahaha, don’t worry! Message understood», dos besos y hasta nunca, como era de esperar.)

10174863_10201896763052953_9081160325757783734_n

The townspeople celebrated, the day the hostages were released.

Covent Garden, abril de 2014. Allí siempre hay artistas callejeros, la mayoría muy buenos (será por falta de actores en la Gran Bretaña, ¿no?). Estamos tranquilamente viendo una actuación cuando, de repente, y sin tiempo de reacción, me veo con una banderita, la Union Jack, por supuesto, en mi mano derecha. Efectivamente, yo era uno de los cinco elegidos para ese momento de gloria. No sé si los Village People estarían orgullosos de mí o no, lo único que sé es que lo di todo, ya no quedaba más carne para tanto asador (nunca mejor traído, que hace casi un año tenía 15 kilogramos más de ser humano en mi propio cuerpo.) Aquí podéis verme, el primero por la izquierda. Momento estelar, mito y leyenda, Dionisíacas ciudadanas de saldo y de postín…

¿El futuro? Pues como que me importa una mierda, la verdad. Vivo el presente, y mantengo, desde que soy consciente de mi existencia, una actitud extremadamente nihilista ante la vida. Puede que algún año actúe en el Primavera Sound, o en Glastonbury, o haga una gira apócrifa por los US of A tipo Dickens-Celebrity en la segunda mitad del siglo XIX, escribiendo novelas por entregas y haciendo «de sufrir» a mi estimada audiencia… Bollocks! My arse! No way, José! Que la realidad me despierte ya, que parezco un puto gilipollas… tres, dos, uno…

(Don’t you remember you told me you loved me, baby?? Ninoninoninononiiii.)

VIAJES AL FONDO DEL ALSA – PARTE XXIII (THE LAST «QUEEN» OF SCOTLAND… TEA, DUCK, QUEEN!)

19 de noviembre de 2014

Un alemán, un escocés y un nativo astur entran en El Trasiegu, nuestro bar en Arriondas (no, no es un chiste de aquéllos), a la hora del café y el pincho de media mañana. En la 1 hablan de la Duquesa de Alba; no presto atención ya que estoy en pleno escaneo rápido por el increíble universo paralelo de La Nueva España, a la búsqueda de esos boinazos tan divertidos con los que en ocasiones nos divierten. Como no encuentro ninguno hoy, dejo el periódico y veo que estos tres que acaban de entrar miran muy interesados la televisión. Se entienden en castellano, o similar.

– Oye, cagonrrós, cuando muera la paisana, ¿le haréis funerales de estado allí en Escocia, no?
– No, ¿por qué tú pregunta eso?
– Coño, que ye la reina legítima de Escocia, ¿no lu sabías?
– En Escocia no hay reyes.
– Bueno, si los hubiera… Ye la línea de los Estuardo, me parez, la última… Pera, ho… María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, pon aquí en El Comerciu… Stuart y Estuardo ye lo mismo, creo.
– M’importa una mierda… Y Silva… ¿el del Manchester City? Ho-Der, tío…
– Bueno, bueno, no te pongas así, hombre…
– Entonces, ¿qué ruta seguimos hoy? – interrumpe el germano.
– Hoy tenía pensado ir ahí por Pico Moro y seguir ruta hasta Ribadesella, ya comemos allí, ¿os parece?
– Sí, sí, donde digas tú, Manolo.

Y así, sin más demora, la “última reina de Escocia” se queda sin su funeral de estado, pleno de asistentes llevando faldas románticas con tartanes de los clanes de las Tierras Bajas y también de las Tierras Altas, todos ellos bailando sevillanas muy borrachos al ritmo de palmeros andaluces y gaiteros escoceses.

(Mientras tanto, en el mundo real… the «sun rises above the factory, but the rays don’t make it to the street…»)