Si los de Mecano hubiesen conocido el refresco que se creó en mi pueblo, Cacabelos, hace ya muchos, muchos años, su rima consonante en aquella canción, ripio legendario donde los haya, habría cambiado poco, la verdad; si acaso, el jamón por la bebida autóctona de zarzaparrilla, más conocida como ColaYork.
“Me voy a Nueva York,
y los refrescos son de ColaYork.”
Antonio Díaz “Guerra” sí que la podía haber tarareado mientras paseaba a buen ritmo por la Quinta Avenida.
Puede que Antonio Guerra fuese el único habitante de todo El Bierzo que viajaba habitualmente a Nueva York en los años 20 y 30 del siglo pasado. Era de aquélla un viaje largo, muy pesado, de varias semanas de aburrida travesía marítima. Me lo puedo imaginar en medio de aquella locura que supuso la enmienda XVIII a la Constitución de los Estados Unidos de América, la Ley Seca, moviéndose como pez en el agua entre las mafias de Nueva York, de Chicago, de Atlantic City. Cuenta el escritor Raúl Guerra Garrido (cuyo padre era primo segundo del propio Antonio Guerra) lo que leyó una vez hojeando un cuaderno de la familia, «En el cuaderno del abuelo, con una letra más menuda de lo habitual, un inesperado informe sobre una por entonces exótica bebida llamada Coca-Cola: es zarzaparrilla. Refresco de zarzaparrilla que si llaman de cola es en virtud de un aditivo.” Entonces, ¿se hizo Antonio Guerra con ese aditivo, con la fórmula secreta de la Coca Cola? A mí me gusta pensar que así fue. Puedo imaginarme al señor Guerra haciendo negocios con un Al Capone o un Lucky Luciano cualquiera y, tras varias intentonas, con engaños y sobornos varios, guardando en el bolsillo interior de su abrigo de lana la tan codiciada fórmula… O no, puede que sea tan sólo mi imaginación cinematográfica, y que en Cacabelos diesen con una fórmula casi exacta a la del propio gigante americano (no conviene olvidar que el propio Antonio Guerra era un industrial farmacéutico con una gran visión de futuro, lleno de ambición.)
Julio de 1958, oficina de J. Paul Austin, todavía Vicepresidente ejecutivo de la corporación de exportaciones de Coca-Cola – un año más tarde llegaría al puesto de Presidente.
- ¿Y cómo dice que se llama?
- Antonio Guerra, señor. Bodegas Guerra, en Cacabelos…
- ¡Cacabelos? ¡Qué cojones…? Hmmm… ¡Qué cabrón! ¿Y me dice usted que nadie ha sido sobornado?
- Nadie, señor. Hemos investigado a conciencia a todos los nuestros, interrogado desde el primero hasta el último de los ejecutivos que conocen el secreto de la fórmula, y nada.
- Pues venga, me da igual. Llame inmediatamente a mis abogados y que empiecen a preparar una demanda contra la ColaYork esa. Guerra… Guerra… Si quiere guerra, la va a tener, vaya si la va a tener – El tal J. Paul Austin hablaba perfectamente castellano y francés, además de inglés, lógicamente.
El gran gigante, Coca Cola, se prepara a conciencia para demandar a Antonio Guerra, propietario de las Bodegas Guerra de Cacabelos, por comercializar una bebida, ColaYork, cuyo sabor es sospechosamente idéntico al de la Coca-Cola. Temen que en uno de sus múltiples viajes a Nueva York, el propio Antonio se haya hecho de manera ilegal (o no) con la deseada fórmula del refresco más famoso (y más mentiroso también) del mundo. El gran coloso tiembla, y con un ligero estornudo acabará de un plumazo con ColaYork.
Cuando era pequeño mi madre siempre me contaba que antes de ser peluquera (se fue a Vigo con 18 años a aprender el oficio en una peluquería de unas amigas de mi abuela) había trabajado en las Bodegas Guerra lavando botellas. El agua fría dejaba sus manos entumecidas en aquellos inviernos tan duros de Cacabelos. Yo recuerdo los inviernos de mi infancia. Salir de casa en dirección al colegio corriendo y, siempre que había ocasión, resbalando con puro equilibrio y precisión sobre los múltiples charcos congelados que me encontraba de camino. Las piernas amoratadas, que de cintura para arriba iba muy bien abrigado, incluso con verdugo y bufanda, pero, ¡ay!, el pantalón era corto, demasiado para la temperatura bajo cero que dominaba casi todo el invierno. Entre otras muchas razones, mi meta era llegar a los diez años de edad para poder llevar pantalones largos con el fin de que mis pobres piernas no quedasen nunca jamás negativamente discriminadas ante el frío.
Siendo yo muy pequeño, recuerdo haberme cruzado con el señor Antonio Guerra, muy elegante su gabardina de cinto y su sombrero de fieltro, ya encorvado, muy sonriente y siempre con un saludo amable para mi madre o mi abuela y un pellizco en los mofletes para mí. Recuerdo también las vías que recorrían gran parte del pueblo hasta terminar en su destino final, las Bodegas Guerra (hoy en día un supermercado de la cadena Familia). Había carteles de los de contrachapado con la leyenda ColaYork en muchos bares de Cacabelos. Ya no se podía vender, pero allí seguían (y siguen hoy en día), como recuerdo altanero de lo que pudo haber sido pero jamás fue, o si lo fue, tan sólo lo fue por un espacio de tiempo demasiado corto…Al final, hace ya más de 50 años, Bodegas Guerra fue denunciada por plagio nada más y nada menos que por la central de Coca-Cola en Estados Unidos. Los yanquis decían que el refresco berciano ColaYork tenía el mismo sabor que la Coca-Cola original. ¿Qué pasó, pues? Lo que siempre ocurre en estos casos, que el gigante trata de eliminar al pequeño “advenedizo” de un certero pisotón, y tras varios pleitos, la gran compañía no logró su objetivo de machacar al señor Guerra y su Colayork. Se podría incluso decir que Coca-Cola sólo logró en parte su objetivo al conseguir que la Justicia condenara al bodeguero berciano «por el uso de un envase similar al de Coca Cola», pero no «por el refresco en sí». Un, a la postre, pingüe triunfo moral. Sí, la Colayork dejó de comercializarse, pero no como se cree por el hecho de que la Coca-Cola hubiese ganado los juicios, sino por el simple hecho de que Antonio Guerra se arruinó, sin más.
Hace año y pico leí con agrado la noticia que contaba que Bodegas Guerra, desde hace un par de décadas dentro de la Sociedad Cooperativa Vinos del Bierzo, S. A. de Cacabelos, estaba estudiando la posibilidad de recuperar a medio plazo el ColaYork (ya han vuelto a poner en el mercado el vermú Guerra, con una gran aceptación e incluso recibiendo premios internacionales de cierto prestigio), el refresco de zarzaparrilla que tanto asustó a la monstruosa multinacional americana. Es bien sencillo, ColaYork, “La Coca-Cola de aquí”, tiene sello propio, y la fórmula para su fabricación sigue siendo propiedad de la bodega, que la tiene bien guardada bajo custodia. Ya no hará falta viajar a Nueva York, y aunque los jamones sigan siendo de York, el refresco de cola ya no necesitara esa ‘coca’ delante para definirlo, bastará con añadir ‘York’ justo a continuación de ‘Cola’.
(Me condenaron a veinte años de hastío
por intentar cambiar el sistema desde dentro.
Ahora vengo a desquitarme.
Primero conquistaremos Manhattan,
después conquistaremos Berlín…)