16 de septiembre de 2014
Aquellos trayectos Ponferrada – Oviedo de finales de los 80 pasado ya el puente del Pilar, tras finalizar la vendimia en Cacabelos. Hasta con ganas de estudiar llegaba a mi destino…
Como no éramos modernos, no utilizábamos tijeras, sino unas navajas pequeñas en forma de hoz. Los cortes en los dedos eran más que habituales. Un poco de jugo de uva, un trozo de hoja de vid y a seguir, tal y como me había enseñado mi abuela. Mi tío Amador, que hacía de cachicán, el que manda mucho y trabaja poco, una especie de capataz, me decía que lo mejor era mear directamente sobre las heridas. Él lo hacía, pero yo no me veía chorreando mi “lluvia dorada” sobre la carne recién abierta, llena de sangre que no paraba de manar, no era de “Milana” y menos de “bonita.” Ocho horas, diez, doce, catorce… puro agotamiento. Recuerdo aquellas empanadas de pulpo, de sardinas, de carne… que mi abuela cocinaba la noche anterior. Un buen trozo ente dedos pegajosos, negros, mezcla de sangre y zumo de mencía. Buscar cada tarde un rincón para cagar de campo, una placentera sensación que se veía enturbiada al final por la rugosidad de las hojas de vid al limpiarse una vez expulsadas todas las sobras del cuerpo…
Luego estaba el trabajo en la Cooperativa Vinos del Bierzo, el cual desempeñé durante cinco años en época de recolección de la uva. Ganarse un buen dinero para pagar parte de los estudios en Oviedo… (bueno, y para disfrutar bien de la noche, para qué nos vamos a engañar.) Las orujeras, a cinco metros bajo tierra, aquella peste insoportable cuando llegabas a las ocho de la mañana y bajabas por aquella escalera de madera, con una mascarilla puesta, y ver caer por aquella trampilla hora tras hora todos aquellos restos de los racimos, a toda velocidad, sin pausa, y tú corriendo a hacer montones para luego apilar toda aquella masa de una manera más o menos uniforme… A veces bajaban paquetes de tabaco, plásticos, guantes… pero como nos decía el jefe, “da igual, que de todo se saca orujo al fermentar.” El trabajo en la bodega era mucho más cómodo, la verdad, esperar pacientemente a que se llenase una cuba y cambiar la manguera para que se empezase a llenar la siguiente…
Al llegar cada noche a casa, una cena ligera y a ver un poco la tele en modo zombi (sólo dos canales, recordad… y, en mi caso, sin mando a distancia). La apagaba de muy mala hostia cuando salía aquel anuncio que rezaba “por fin llegó la cosecha, llegó la cosecha hermano, que ya parieron sus frutos, regadíos y secanos”, porque me parecía ofensivo, atentaba contra mi dolor de espalda, de brazos, de piernas…
Recuerdo ahora mi último viaje de Ponferrada a Oviedo tras finalizar una campaña de vendimia: un autobús vacío, ya parado en la estación, y un conductor dándome voces, “¡chaval, que ya llegamos!”… “Imposible, si me acabo de subir”, y mirar acto seguido mis manos y pensar, “¿cuánto tiempo tardarán en volver al modo estudiante?”
Empieza la vendimia en mi pueblo. “¡Viva el vino!” (del Bierzo, que se le olvidó decirlo…)
Excelente «documental».
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Gracias. En ocasiones tengo «pesadillas» acordándome de aquellas jornadas tan duras. Lo mejor era la reunión familiar, las conversaciones con la gente que veías muy pocas veces al año.
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Me ha gustado mucho el relato, el video con la música me ha dejado un poco nostálgico, pero debe de ser este invierno que me tiene un poco tonto.
Un abrazo!
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Otro abrazo, Paco.
El invierno llega a su fin, otros horizontes se ven ya a lo lejos. Ánimo.
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Aqui en Canadá estamos hartos tambien. ¡ Apúrate Primavera ! Saludos 🙂
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Asturias no es Canadá, lógicamente, pero los inviernos son grises, muy grises. Demasiada lluvia que desemboca en un verde espectacular… y sí, esperamos con ansia la llegada de la primavera.
¡Un abrazo!
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A mi también me toco vendimiar pero solo por un par o tres de días cada año (era una cuestión de amistad), eso sí con tijeras. Como decía la canción ¡Viva el vino y las mujeres! 🙂
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¡Pues claro que vivan!
El trabajo en la tierra es muy duro, pero creo que a lo largo de nuestras vidas hay que experimentarlo en su máxima expresión, saber bien lo que es para apreciar cada fruta que nos comemos… O un buen vino, claro.
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Terrible el trabajo y el remedio. Un abrazo
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Cierto, Rubén. El remedio no era más que pura transmisión de generación a generación, hasta que llegamos nosotros y nos lo pensamos mejor. No dudo de su eficacia, que la comprobé con mis propios ojos, pero el proceso no me hacía especial ilusión.
¡Otro abrazo!
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¡Es un artista!
Lo siento – is it eres?
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