AFASIA


No eres mi mundo. No eres mi patria ni mi norte; en absoluto mi guía, ni tan siquiera mi gurú salvador, tan sólo mi patera, mi autobús calcinado, la ecuación inversa de mis sentimientos, directamente proporcional a la línea directa del tamaño de mi autismo. Aléjate de mí al instante, pero antes cuéntales la verdad. Cuenta todo lo que sabes a ésos que vienen a verme a diario, a ésa mujer que limpia diligente mis babas y que responde al nombre de madre.

Ajena al vértigo de mi más que probable y cercana muerte aparentas sufrimiento, pedaleas contra tan pronunciada pendiente. Buscas un triunfo, quizá una justificación que enjuague cautelosa tu conciencia. Como si no fuésemos más que jabón, jabón de sebo y sosa caústica, casero y purificador; jabón que hasta es capaz de acabar certero con los padecimientos epidérmicos más grasientos y escamosos que el fin del milenio trae consigo. Juego con las palabras, con el pensamiento. Habláis a veces como si no os dieseis ni cuenta de que yo permanezco y padezco a vuestro lado. Inerte, eso he de reconocerlo, pero con toda mi capacidad de percepción funcionando a mil por hora. Os puedo oír, incluso escuchar si decido en algún momento prestaros un poco más de atención. Puedo participar en vuestros inútiles e intranscendentes coloquios. Sé quién se ha casado últimamente y también quién ha muerto. En fin… Saboreo con interna fruición todas y cada una de las sopas que con tanta ilusión me hace la abuela; también los insípidos menús castigadores con los que me obsequia este “benigno” antro llamado hospital. Temo por mi vida al escuchar en alguno de esos programas radiofónicos que tanto os empeñáis en elegir por y para mí que existe un tal “aspergilus” que se cuela en los quirófanos a través de los inmensos pasillos de vuestras… de nuestras chapuzas humanas. Me excito cuando me limpia la enfermera, y me siento enrojecer cuando descubre azarosa en los tejidos de las blancas sábanas hospitalarias alguna de mis poluciones nocturnas allí impregnada, ya reseca y carente de energía vital. Duermo y velo. El otro día hasta fui capaz recordar un sueño – no, tú no aparecías en él. Estás más que superada, “amiga” mía -. Me gustaría despertarme ahora para darme el gusto de sacarte de aquí a hostia limpia. Mi odio visceral por la violencia se vuelve terapia cuando te siento por aquí cerca -. ¿Me habré hundido en la comodidad de la vida inmóvil? ¿Estaría ya cansado de tanto hablar para no decir nunca nada? ¿Se paró el mundo de repente y aproveché la ocasión para bajarme de él de un único y certero salto? Me tratáis como a un niño pequeño, joder, como si todas mis experiencias previas no hubiesen servido más que para trasladarme irremisiblemente al limbo de la suma imbecilidad. ¿Qué cojones pintan todas esa fotos a mi alrededor? ¿Acaso soy yo el santo risueño de algún extraño altar y esas flores sus indecentes ofrendas? ¿Esperáis pacientemente la inminente llegada de mi muerte haciendo caso omiso de mi enconada lucha interior?astral trip

¡Ale hop! Aquí me tenéis, vivito y coleando. Caminando a vuestro alrededor. Os estoy observando. Riéndome de vuestro cínico compungimiento. Me acerco a ti y te toco. Hoy llevas falda… ¡Aja! Y medias con ligueros. (Cómo te gusta facilitarme el trabajo, cacho puta.) Deslizo mi mano bajo tu falda. Pareces haberlo notado porque inmediatamente has abierto un poco más tus piernas. (Que te odie no significa que no siga pensando que estás cantidad de buena, que no me apetezca hacérmelo contigo aquí mismo, delante de ellos, ¿por qué no, huidiza, si siempre nos fue cantidad eso del morbo?). Sigo ascendiendo, lentamente, un poco y otro poco más. Mi dedo índice se para en la frontera y acaricia la puntilla negra de tus bragas. (Sí, son las negras de encaje, ¡dime que son las negras de encaje!) Cruzo el umbral con la intención de ser una vez más el espalda mojada de tu coño. ¡Sí!… Pues no. Es la hora del termómetro buceando misterioso entre el vello de mi sobaco (y, además, tú jamás te creíste ese rollo del viaje astral. ¡Te jodes!). Rutinas. Tres veces al día comprueban inútilmente que la fiebre y yo somos enemigos declarados, casi diría que acérrimos. Paso de ti, y eso bien que lo sabes y bien que te jode, aunque ahora no hagas más que jugar con todos los ases bajo tu manga.

Está bien, hablemos. ¿Qué me contáis hoy?

– … y la hija de Nicolás, el de la “Remacha”, también se droga.

– ¡Ah, sí? Pues no lo sabía, hija.

– Tienen un disgusto en casa que ni te imaginas.grannies knitting

Bien. Sigue el culebrón ambientado, ¡como no!, en las entrañas de mi pueblo. Las contertulias son mi tía Julia y mi madre. Hacen ganchillo como auténticas autómatas mientras van comentando las últimas novedades que acontecen en su pequeño y limitado mundo: que si aquel se droga, que si el otro le pega a su mujer, que si dicen que aquel de más allá tiene una amante en la ciudad. En definitiva, miserias ajenas como balsámico consuelo de las vergüenzas propias. Tú sólo escuchas, de momento. En breve decidirás que ya llegó el momento de intervenir, de actuar según tus intereses camuflándote sutilmente en el contexto actual. Venga, sé sincera por una sola vez en tu vida e invítalas a un par de rayas de esa coca que llevas tan bien escondida dentro de tu bolso. ¿Sigues utilizando como contenedor aquella cajita de latón que en su prehistoria contuvo vaselina perfumada? Seguramente sí; eres mujer de costumbres inquebrantables.

¿Recuerdas aquellos días de la risa floja, aquellas noches cargadas de humo y alcohol, de “cigarros de la risa”, como tú los llamabas? Yo sí que recuerdo que, de repente, una mañana de domingo comencé a sentir frío, mucho frío, de aquél que incluso llegas a sentir penetrando hijoputa dentro de ti mismo, taladrando tus propios huesos hasta insertarse cómodamente en los tuétanos. Caminábamos como zombis, como cada fin de semana, en dirección a nuestra casa, deseando coger la cama, notando su inmensa lejanía a cada paso que dábamos. No quedaban pelas para un taxi. (Nunca quedaban ni siquiera para desayunar, o tomarnos un simple café al calor de un bar recién abierto, porque el alcohol era el alcohol, y si a base de hurgar en todos nuestros bolsillos éramos capaces de juntar cien duros, la mejor inversión era, sin duda, una última copa compartida.)

Su mirada pareció maldecirnos. Mal de ojo como un rayo cegador. Aquella niña de hambre madrugadora nos estuvo observando intrigante durante un buen rato. Tú ni te percataste de ello – bastante tenías con intentar mantener el equilibrio, con tratar de coordinar cada paso con una posición más o menos vertical que te permitiese llegar tiesa y erguida al paso siguiente -. Su nariz parecía un infinito manantial de mocos. Las mangas de su sucio jersey hacían las veces de pañuelo, pero estaban ya demasiado saturadas, y comenzó a dejar que resbalasen libre y despreocupadamente hasta su boca. Se los tragaba. Buscaba dios sabe qué en los contenedores de basura, que todavía formaban parte de eso que hoy se denomina, de forma harto pedante, mobiliario urbano. No te comenté nada; era totalmente inútil intentarlo siquiera, aunque lo necesitaba, de verdad que lo necesitaba, como el propio aire… porque una extraña sensación de culpa comenzó a invadir punzante mis entrañas. ¡Vaya mierda, joder! ¡Qué puta hipocresía de vida estamos viviendo! Ya ves, transcendente a tope un domingo de madrugada…

Y ahora tú, aquí, haciéndote la víctima ante la incorregible ignorancia de mi familia. Actuando muy digna, como casi siempre lo has hecho. Lo siento, pero no me queda más remedio que regresar a mi cuerpo. Eso de los viajes astrales resulta bastante agotador, y debo emplear todas las fuerzas que todavía me quedan en intentar escapar de este maldito letargo. Que nadie me dé aún por muerto, que sé que me quedan muchas cosas por hacer antes de que mi carne sea irremisiblemente devorada por hordas de famélicos gusanos.

Afasia. Así lo denomina la ciencia médica. Se me ha roto alguna conexión y me veo incapaz de comunicarme con vosotros. El interior de mi cabeza parece una botella de gaseosa a punto de estallar tras haber sido agitada una y mil veces, con fuerza. ¿Alguien sabría decirme cómo se sale de aquí? Me volveré loco, de eso estoy casi seguro. Una ventaja, puede que la única positiva en mi estado, supone el hecho de que ni dios se enterará jamás de ello, y así evitaré la penuria de tener que acabar con mis huesos en el infierno en la tierra de un psiquiátrico cualquiera. car crashEl accidente; lo recuerdo como si hubiese sucedido hace tan sólo un par de minutos. Iba, como de costumbre, a dejarte en casa después de haber ido al cine. La costumbre de todos los lunes por la noche, lloviese o nevase, con frío o con calor; hubiese algo decente que ver o no. La película no fue capaz de engancharme; era mala, bastante mala, indignantemente mala, de esas que a ti tanto te gustan y que, por el contrario, a mí me aburren hasta la mismísima médula. Risa fácil. Risa fácil y estúpida sin la acción y el efecto del costo culero que casi siempre mercábamos a aquel camello escuchimizado que tenía a su cargo dos prostitutas totalmente demacradas por culpa de su adicción a la heroína. “Dos Tontos muy Tontos”, se titulaba. Nos podíamos haber sentido aludidos por semejante título, pero resultó imposible tras sufrir toda aquella retahíla de muecas del gilipollas de Jim Carrey. Iba a decírtelo. En ocasiones me cortaba un poco a la hora de pensar libremente cuando estabas a mi lado. Siempre sospeché que eras capaz de leer el pensamiento de los demás, que tenías algo de bruja escondido tras esa mirada tan profunda con una pantalla de ojos azules realmente cautivadores, hasta hipnóticos, si me apuras. Estaba a punto de emitir mi primer sonido, el primero de los sonidos de mi discurso de despedida. Ya no te aguantaba más a mi lado. Eras más fuerte que yo. Me dominabas por completo. Quería, simplemente, escapar, verme libre de inútiles ataduras, salir con mis amigos y conocer a otras tías. “Lo nuestro no va a ninguna parte porque yo ya no te quiero”. Tan sencillo como esas trece palabras; tan difícil como su propio contenido. La punta de mi lengua estaba ya casi en contacto con los incisivos superiores. Bajaba a ciento veinte por la ronda sur. Tenía prisa porque la vida alegre me estaba esperando para recibirme en su maternal seno. Me empujaste y el coche se me fue de las manos. Tres vueltas de campana y aquí estoy. Increíblemente, tú resultaste ilesa. Un par de rasguños y para casa, a ver la tele sin prestarle atención. Y yo aquí, sin veinte duros que meter en la ranura para poder al menos escuchar esa “bendita” música del telediario (creo que desde aquel instante fatal, casi mortal, en mi vida ya han pasado más de dos, lo cual no deja de ser un consuelo sabiéndose por fin lejos de las consecuencias semánticas del tan sabio como sentencioso refranero de la lengua castellana).

Algo he podido escuchar sobre no sé qué de un foniatra. Que tengo que volver al principio de mis tiempos, que debo sufrir una regresión para así volver a adquirir la capacidad del lenguaje, borrada de algún sector dañado de mi cerebro. Renacer. Pienso y existo, de acuerdo, pero no soy capaz de comunicarme con los demás. Entonces, no soy. Apetece bien poco volver a empezar, como si nada hubiese ocurrido, como si hubiese reventado la placenta de mi madre ayer mismo. ¿Y si me escapase? ¡Por qué no? Podría irme sigiloso y dejaros para que juguéis a vuestras anchas con ese cuerpo orondo e inservible que antaño me pertenecía y que me contiene ahora, o, mejor dicho, que me contenía, porque estoy tremendamente decidido: me largo de aquí. Buscaré otras dimensiones, otros seres que se encuentren en mi misma situación, que alguno habrá, supongo. Seré la pesadilla de vuestras noches, pero nunca la luz al final de tan angosto túnel. Venga, me despido de ti, de todos, y adiós muy buenas, que os vaya bonito y que ese cuerpo que ahí os dejo os haga sufrir lo indecible; que os quite el sueño, que se coma vuestro apetito y que rasgue furioso cada una de las vísceras de vuestras apagadas anatomías; día sí y día también. Que vuestros inútiles rezos apaguen de un solo soplo los encendidos cirios de tan sublime agonía.

Amén.

14 comentarios en “AFASIA

    • No literalmente, claro. Las palabras tienen que llegar, siempre.
      El ir recuperando textos que ya tienen unos cuantos años, me produce sensaciones encontradas. Estoy seguro que hoy mismo no sería capaz de escribir algo así, con ese tono tan vehemente…
      Un abrazo.

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  1. Me ha llegado el texto..tengo un hermano que sufre afasia y daria media vida porque volviera a hablar.Es tan duro para él como para los familiares. Que intente decir algo y que no le salga …se te rompe el corazón.
    Ya no es el mismo,nunca será el mismo..tuve un hermano y ahora tengo otro…..
    Gracias por escribir tan bonito y reflejar la enfemedad como imagino que será para el que la sufre.
    Un abrazo.

    Le gusta a 2 personas

  2. El texto está plagado de fuerza, que crece hacia el final y que, creo yo, explota con la última línea:
    «Que vuestros inútiles rezos apaguen de un solo soplo los encendidos cirios de tan sublime agonía.»
    Es ponzoñosa. Duele leerla. Me encanta.
    Un saludo afectuoso, José,

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