VIAJES AL FONDO DEL ALSA – PARTE IX


Hoy no estoy solo en la parada de General Elorza (habitualmente lo estoy). Escucho música mientras me acerco hasta La Madreña para comprobar que sigue ahí, con vida, en la lucha. ¡Bien! Una pareja de doblete no circunstancial discute con vehemencia.
– ¡Que te digo que esa tía me importa tres cojones!
– ¡Ya, claro, por eso te fuiste con ella al baño!
– ¡Paso de ella, joder, que sólo la invité a una raya!
– ¡Anda, lárgate de una puta vez, cabrón, que siempre estás igual, que tienes más polla que cerebro!
Y va y se larga cuando el ALSA ya estaba maniobrando para hacer su parada. Subo justo detrás de la chica, se sienta en la parte trasera (¡mierda! Precisamente en el sitio que tengo «reservado» para echar mi pigacín mañanero…) Me siento un poco más atrás. Noto que empieza a llorar. «¡Hijo de la gran puta!» No pasa ni un minuto y se pone a buscar algo en su bolso; saca un rotulador negro, de ésos de tinta permanente. («Mundo extraño el del interior del bolso de una chica», pienso.) Ha dejado de llorar, ahora parece meditar mirando al techo, muy concentrada. Escribe algo en la parte trasera del asiento que tiene justo delante. No soy capaz de ver qué es. Acaba. Sonríe. Guarda el rotulador en el bolso y se acomoda en el asiento. «Que se joda», susurra en un tono muy bajo. Me mira ahora y me pregunta en un tono muy educado, «¿me despiertas en la Pola, por favor?» «Claro, sin problema», contesto. Y se duerme ipso facto mientras Carlos Herrera sigue escupiendo su enfado por los altavoces del autocar. Me ajusto los auriculares y decido regresar al increíble mundo de los Pixies… «Gigantic, gigantic, gigantic, a big, big love…»

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